Hoy, primer día del mes de noviembre me he sorprendido en la ventana de la cocina en una especie de “déjà vu”.
Hace diez años vivía en Santiago de Chile. Un apartamento pequeño y coqueto en una calle pequeña y tranquila del “Pequeño Manhattan”, en la Comuna de Las Condes. En aquellos días fumaba, y tenía un área para hacerlo: la terraza del apartamento. Es un buen lugar para hacerlo ya que completa la intoxicación por los humos de las labores del tabaco con las curiosidades de tus vecinos.
He de decir, que frente a aquel apartamento había un edificio de cristales espejados, que reflejaba el nuestro, por lo que la visión desde mi terraza era virtual y reflejada en vez de real y directa. No pasa eso en mi actual casa, pero si en aquella.
En aquellos días de noviembre, estaba totalmente embutido en las apreturas del cambio de milenio, del apocalipsis del año dos mil y otras cuestiones similares. Responsable del proyecto de adecuar los productos para los clientes de la empresa en la que trabajaba, la tensión se mascaba aún cuando contábamos con un gran equipo de profesionales que nos soportaban, algunos de los cuales aún cuento como amigos.
La situación ante el cambio de milenio era paranoica. Era como la visión de mi edificio, virtual e inversa. Todos nos veíamos ante el fin de los días y, lo que es lo peor, se produciría al inicio de las vacaciones de verano (recordad que es el Hemisferio Sur).
En noviembre ya teníamos calor en Santiago, y como hoy en día en Madrid, la temperatura rondaría sobre los veintitantos grados.
La histeria de la ciudadanía la mantenía agazapada, acumulando latas y garrafas para el fin del mundo, la guerra consiguiente y los males apocalípticos que pudieran venir. Los que trabajábamos en el problema del Y2K, como se le llamó en aquel entonces, o el mal del milenio, estábamos algo más tranquilos ya que sabíamos que lo nuestro no fallaría (y no falló), y la cantidad de esfuerzo de otros como nosotros en resolver la situación.
Pero el resto de la ciudadanía vivía en la paranoia. Como hoy, en la que la ciudadanía está agazapada, callada, viendo venir los acontecimientos, esperando que sean otros los que resuelvan el problema, los problemas que tenemos, y que no son solo económicos.
No dudo que vendrá el frio (como todos los años), que se resolverá esta crisis (como todas las crisis), que ganará el Atlético (esto es fe) y que tendremos la oportunidad de que nos rompan las ilusiones una vez más en todos los ámbitos del estado (municipal, comunidad y nacional) por cuatro años más, y que volverá después el calor, otra crisis, perderá el Atlético y volveremos a ilusionarnos con los partidos políticos.
Lo bueno es que como hace diez años, yo no estoy paranoico y tengo amigos en los que apoyarme para hacer que las cosas mejoren.
¡Gracias, amigos!
PD – Si no llega el invierno, no hay nada como unas aceitunas con un cubata para cambiar de año.
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